domingo, 24 de julio de 2011

100km en 24horas (III): Tres Cantos-San Sebastián de los Reyes

Al salir de Tres Cantos notas la adrenalina recorriendo tus venas: estás estresado. El hecho de ver a tan poca gente y, sobre todo, de salir con un retraso de 10 minutos sobre el tiempo límite te había influido. Decides llamar a tus padres, tenías varias llamadas que no pudiste atender antes. Ellos te dan ánimos a su manera, y eso te da fuerzas para seguir, para creer que esa desventaja temporal se podía superar. Al llegar a una encrucijada cercana al polideportivo, seguiste por la acera de enfrente, como te dijeron unos chicos de la organización. El camino resultó ser asfalto solitario y poco iluminado. A cada paso, sembrabas más dudas. No estabas seguro de que fuera la ruta correcta, ya que no encontrabas ninguna baliza, pero estabas a mitad de camino. ¿Qué hacer? Decidiste seguir avanzando hasta el primer cruce, que parecía estar cercano. Si no veías nada entonces, la habrías cagado. Y así fue. Sentiste una mezcla de rabia e impotencia, ya que fácilmente anduviste un kilómetro y medio fuera de mapa. "Cojonudo, más retraso aún". Tu ánimo cayó hasta el 30%, el tiempo era una losa encima de ti. Esta sensación, y la posibilidad de abandonar "porque no llegas a tiempo" te invadió...durante un minuto. Sabías que llegar o no estaba en tu mano, ¿y cómo se combate el retraso? Espabilando. Decidiste volver de vuelta hasta el punto de cruce corriendo. Una vez que llegaste, te diste cuenta de que el camino real estaba escondido tras unos matorrales. Le dedicaste mentalmente algunas palabras poco agradables a la gente de la organización, y te introdujiste en la vereda. Estabas de nuevo en ruta, vuelves a respirar.

Envalentonado, volviste a recordar la frase que te llevabas repitiendo todo el camino. "Si llego a Sanse, está hecho". Se había convertido en una creencia firme para ti, y te vienes arriba. Pero primero había que llegar...

Continúas la estela de luz que dejaban las barras de luz fría en el camino de tierra...hasta que dejaste de verlas. "¿Cómo puede ser? ¿Otra vez me equivoqué?". No había dudas, no veías ningún tipo de baliza. El agobio y el recuerdo de lo que te acababa de pasar te volvían a abrazar. "Tranquilo", pensaste. Sólo tenías que volver sobre tus pasos hasta la última baliza para ver qué hiciste mal. Esta vez no te preocupaste por el tiempo, sino simplemente por dejar de perderte.

En ese momento pensaste en lo solo que estabas, y lo bien que te vendría alguien para acompañarte durante el duro tramo nocturno que se avecinaba. Inmerso en esta reflexión, miraste hacia Tres Cantos, suplicando al Universo que te enviase a alguien. De pronto, a lo lejos divisaste una luz intensa que avanzaba frenéticamente hacia ti en un movimiento de arriba a abajo. Esa luz se fue transformando paulatinamente en una figura. Esta silueta, finalmente, acabó dando paso a un participante con dos bastones, venía realizando con brío la marcha nórdica. Se trataba de Paco. Tú entonces no lo sabías, pero Paco se convertiría en un factor fundamental para ti más adelante. Decidiste presentarte, y él no tuvo ningún problema en acompañarte. Te bastaron 30 minutos de conversación para darte cuenta de que habías dado con la persona ideal para continuar tu camino. Paco era una persona muy comunicativa, afable, increíblemente generosa, y te transmitía mucha confianza.

Reanudasteis la marcha con brío, a más de 6km/hora. Parecía imposible que vuestros ritmos de marcha además fuesen tan compatibles. Los siguientes kilómetros los hiciste fluyendo absolutamente. Te sentías bien, con fuerzas, con ánimo. El haberte encontrado con tu nuevo compañero tuvo mucho que ver, desde luego. Acordasteis parar cuando fuera necesario y comunicar en todo momento nuestras necesidades, en una demostración de sinergia total. Las conversaciones iban y venían. Hablasteis de vuestras vidas, vuestro mundo, vuestra forma de ver las cosas. La cosa pintaba bien.

Fue a la altura del kilómetro 60 cuando notaste que la marcha se iba haciendo cada vez más pesada: los músculos en tus piernas empezaban a contracturarse, y tu compañero sospechaba, aunque nunca quiso comprobarlo, que le estaba naciendo una ampolla en su pie. Vuestro ritmo de carrera bajó, probablemente hasta los 5km/h, quizás menos en algún momento. El único objetivo era llegar al siguiente avituallamiento. Pero los pasos se empezaban a hacer eternos.

El siguiente tramo fue especialmente duro. Al atravesar una alameda, escuchasteis el sonido del río, y no pudiste evitar estremecerte al notar cómo bajó la temperatura. Ni el forro polar ni la activación de tu cuerpo conseguían hacerte entrar en calor. Atrás dejasteis a un hombre que no podía con su alma, se pensaba retirar en San Sebastián. No quisimos decirle lo que aún le quedaba...lo cierto es que ni nosotros mismos estábamos seguros de ello. Notas que te falta energía cuando te das cuenta de que estás hablando mucho menos de lo normal. El frío y el cansancio te estaban mermando. A lo lejos, se ve San Sebastián. Parecía cercano, pero el constante vaivén de las colinas que no parabais de subir os confundía. Desesperante.

Cuando pensabais que os quedaban aún 5 km para llegar al polideportivo, divisaste un cartel de la organización que os daba la bienvenida. Veías luz, gente...no podía ser. ¡Habíais llegado! Rápidamente entrasteis, sin coger siquiera las mochilas de avituallamiento, y os dirigisteis a tomar un buen caldo de pollo que os haría entrar en calor. Aquel vaso te devolvió a la vida. Ya estabas en San Sebastián de los Reyes, al fin. Según tú, ya sólo quedaba restar menos de 30km, lo más duro habría pasado... ¿O no?

Ánimo: 70%. Estado físico: 50%.